En el caso de la lengua hablada, a este relieve de la pronunciación se lo conoce como acento tonal. En los textos escritos, el acento puede ser ortográfico e incluir una tilde, que es una pequeña raya oblicua que, en español, baja de derecha a izquierda de quien lee o escribe.
La tilde permite señalar cuál es la sílaba tónica de la palabra, que requerirá de una mayor fuerza en su pronunciación. Este acento ortográfico también permite distinguir entre dos palabras que se escriben de la misma forma pero que señalan diferentes cosas: “salto / saltó”, “el / él”, “gano / ganó”, “solo / sólo”.
Por otro lado, no todos los acentos de los vocablos castellanos son indicados con tildes. Sin embargo, gracias a una serie de reglas, es posible leer correctamente cualquier palabra sin necesidad de conocerla; cabe mencionar que en otros idiomas, como el inglés o el japonés, por ejemplo, la fonética exacta de ciertos términos no está implícita a través de la ortografía, por lo cual es indispensable memorizarla. Retomando el español, se sabe que:
* las palabras agudas llevan tilde cuando terminan en ‘n’, ‘s’ o vocal;
* las graves, cuando no finalizan en ‘n’, ‘s’ o vocal;
Basándonos en los tres puntos recién expuestos, tomemos como ejemplo la palabra “tejen”, del verbo “tejer”. Es un vocablo de dos sílabas, que finaliza con la letra ‘n’. Dado que no lleva tilde, podemos deducir que se trata de una palabra grave, por lo cual su acento recae en su primera sílaba, o sea “te”.
El acento también hace referencia a una entonación particular que el hablante utiliza de acuerdo a su ánimo o propósito, o a las particularidades fonéticas que caracterizan a los hablantes de una determinada región. Con respecto al último punto, resulta muy interesante analizar cuántas formas diversas presentan la mayoría de los idiomas en las distintas zonas geográficas donde se hablan.
El castellano, por ejemplo, tiene una gran variedad de acentos, incluso dentro de un mismo país; en Argentina, el salteño, el pampeano y el cordobés son tres acentos considerablemente distintos, cada uno con su tonada particular, acompañada de regionalismos y gestos que los hacen parecer tres idiomas independientes. Lo mismo sucede en España, donde un malagueño, un madrileño y un barcelonés se distinguen a leguas por su manera de hablar.
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